La noticia había corrido tanto como
la velocidad de los chasquis; allá, en Cajamarca, los gritos desesperados de
indios que morían al estruendo de arcabuces y mosquetes y otros que huían
despavoridos entre los cascos de descomunales equinos desataba el horror y la
sangrienta afrenta al Tawantinsuyo, el Hijo
de Sol, el Sapan Inca Atahualpa, había sido capturado por el mismo conquistador
Francisco Pizarro que pedía oro y plata para liberarlo.
Acá, en el valle del río Huancahuanca, actual
provincia de Paucar del Sara Sara, tales noticias habían causado dolor y
confusión; nadie podía entender cómo podía pasarle, todo lo narrado, al Hijo
del Dios Sol. No podían imaginarse siquiera, ¿quien era aquel que se había
atrevido a tal sacrilegio? ¡Si el Dios Sol no podía ser detenido por nadie en
el mundo!, ¿Cómo era posible que encierren a su hijo?. ¿Acaso eran wiracochas
más grandes que el Inti? ¿Podían existir esos puka kunka de barba blanca,
descritos por los chasquis?
Esta era la reflexión de Auquihuato, príncipe
adivino de Oyolo, que había ordenado se recolectarán joyas, tesoros y adornos
de oro y plata. Tenía que cumplir con este encargo, pues la vida del Inca,
estaba ante todo. Y se había dado la tarea de comunicar a todos los grandes
señores y guerreros de la zona para persuadirlos a entregar oro y plata para enviarlo
a Cajamarca.
Y así se hallaba ese caluroso día conversando con
Pucapuca, joven guerrero de Pararca, que se encontraba furibundo contra los
españoles y estaba dispuesto a iniciar una guerra para expulsarlos del
Tawantinsuyo.
¿No crees venerable Auquihuato –dice Pucapuca-
príncipe de los adivinos del Tawantinsuyo, que debo seguir fabricando armas
para expulsar a esos asnaruna puka kunkas?
Nunca está demás fabricar armas, joven guerrero
Pucapuca, contestó Auquihuato.
Molesto por esta respuesta, Pucapuca, se dirige a
Auquihuato expresando su resentimiento: Nunca me respondiste con tanta
sequedad, venerado Auquihuato. ¿No crees que aún podrían los ejércitos incaicos
expulsar a los barbudos invasores?
Auquihuato, solemne, responde: Por el momento, la
prioridad es salvar la vida de nuestro Sapan Inka, de modo que debemos reunir
los tesoros que logren su rescate. Tal vez los blancos invasores se marchen
para siempre, si les entregamos oro y plata en cantidad considerable.
Auquihuato con la esperanza de que una vez libre el
Inca encabezaría al ejército imperial para expulsar a los españoles hablaba
prudentemente. Pucapuca entendiendo las razones de Auquihuato promete entregar
todas sus riquezas para el rescate.
A lo lejos vieron a la Coya Sarasara, que venía
hilando lana roja, se acerca a los dos hombres, ante la rendida admiración de
Pucapuca y el gesto indiferente del adivino.
Veo, buenos amigos Auquihuato y Pucapuca que
continúan angustiados por la suerte del prisionero Inka Atahualpa, dijo
Sarasara.
Auquihuato ansioso le responde: Así es, Coya
Sarasara, reina de Parinacochas, preciso es que también tú aportes riquezas
para el rescate del Inka.
La Coya Sarasara cubre con una manta multicolor una
piedra cercana, se sienta y dice: Desde luego caro amigo, prepararé una recua
con 200 llamas que serán arreadas por los yanas, mis servidores, hasta la
lejana Cajamarca.
En la conversación Pucapuca impertinente había
comentado un chisme sobre los supuestos amoríos que tuvieron en su juventud
Auquihuato y la Coya Sarasara. Éstos, muy molestos e incómodos, aclararon de
inmediato al joven guerrero del hecho que nunca ocurrió entre ellos.
De pronto, Auquihuato entra en trance y empieza a
orar: Padre Sol poderoso ¡Oye mi plegaria y protege la vida de nuestro Sapan
Inka Atahualpa!... y comienza a chacchar hojas de coca, ante la atónita mirada
de Sara Sara y Pucapuca, mueve tristemente la cabeza diciendo: ¡Ah, la sagrada
hoja de coca amarga cada vez más y presiento que el fin de Sapan Inka está
cerca!
Era cierto lo que decía la coca, Pizarro había
matado al Inca tras muchas promesas bonitas y falsas, la triste noticia llegaba
hasta ellos… un chasqui imperial, arrodillado y lloroso le dice al adivino:
Venerado Auquihuato: el Sapan Inka ya no está más entre nosotros. No envíen ya
riquezas porque los españoles han matado al hijo del Sol. Escuchando esto,
Pucapuca y la Coya Sarasara que ya estaban conmovidos se afligen hondamente. El
cielo de repente oscureció y todo alrededor pareció entristecerse: cerros,
plantas, ríos y animales.
Manteniendo la serenidad, Auquihuato eleva sus ojos
al cielo y dice: Ya no vale la pena vivir porque la muerte del Inka significa
el fin de nuestra autonomía. Pucapuca, ve a tus posesiones y entierra tus
riquezas. Tú, Coya Sarasara con tu gran poder, cambia el cauce de las aguas y
provoca terremotos.
¿Y tú que harás príncipe Auquihuato? Pregunta
Sarasara
Auquihuato se cubre el pecho diciendo: Estoy
destrozado, pero hallaré fuerzas para hacerme enterrar con todos mis tesoros en
el gran cerro florido que fue siempre mi morada. Descansaré por siempre cerca
de mi centinela Huanipaco, mirando las pampas inmensas de Chappe, Qalaqapcha y
Chikchipampa. Es tanto mi dolor que dispongo luto eterno: no permitiré
vegetación en mi cerro; el río Huacme será tan profundo que nadie regará con
sus aguas y las vicuñas que cruzan las pampas llorarán mi silencio…
Desesperado se lleva las manos a la sien, mirando a
todos lados repone: Nuestro mundo llegó a su fin, nos quitarán nuestros
tesoros, nuestras tierras…impondrán sus leyes, dioses, modos de vivir, ciencias
y creencias.
¡Nada será igual!
¿Y no será posible reconstruir nuestro mundo?
Pregunta acuciosa Sara Sara
Tendríamos que encontrar la cabeza del Inka y
colocarla en una olla para que genere otro cuerpo, repone Auquihuato, concluye
diciendo… y para eso pasarán siglos noble Coya.
¡Adiós sabio Auquihuato! Yo no me enterraré como
tú. Combatiré a los invasores y estaré en lucha constante provocando sismos y
cambiando el cauce de los ríos, para que los puka kunka no tengan paz jamás!
¡Ay de ellos si olvidan mi culto! Diciendo esto Sara Sara comienza caminar…
¡Yo también lucharé contra ellos venerable
Auquihuato! ¡Adiós para siempre! Diciendo esto Pucapuca se va junto a Sara
Sara.
¡Adiós Sara Sara! ¡Guárdate bien Pucapuca! ¡Hasta
siempre amigos míos! Diciendo esto Auquihuato los ve partir y dando la media
vuelta se va.